Me dice que va a fumarse un cigarro a la escalera de incendios y que en cinco minutos vuelve a estar conmigo. Pero pasa casi media hora hasta que la veo llegar abrazada a su 'dewar' transparente lleno de un té espumoso que asegura que viene de Taiwán. “Perdona, estoy reventada –se disculpa–. Ayer estuvimos trabajando hasta más tarde de la una, y esta mañana a primera hora llegaban los técnicos a colgar las fotos. No he dormido nada”. Ya me habían advertido que Ahlam Shibli tiene carácter y una desbordante necesidad de control. Quizá, por todo esto, es la gran apuesta del Macba esta temporada.
“¿Quieres un vaso?”, me pregunta, sacudiendo la infusión de importación hasta que salen burbujas. Si eres palestino sólo puedes hablar de una cosa. O eso pienso la gente. “Parece que no tengamos derecho a preocuparnos por nada que no sean las bombas de Gaza –se queja Ahlam–. Yo he tratado mucho el conflicto con Israel, en un rato lo verás. Pero para empezar quiero enseñarte otra cosa”. Mientras entramos en la primera sala me habla de las dificultades de ser homosexual en Palestina. Los gays, me explica, ahorran para pasar una noche al mes en Tel Aviv e ir a 'night clubs'. “Es el único sitio donde se sienten como en casa”, dice mientras me enseña la primera serie de retratos. Durante dos años, este otro conflicto ha sido su gran preocupación.
Se me vuelve a escapar, ahora para dar un par de órdenes a dos pobres operarios enfundados en monos negros que le están montando la exposición. “Después ya me los llevaré a tomar un vino”, me advierte, excusando su genio. Aprovecho la interrupción para recordaros que ésta es la primera retrospectiva que se le dedica. La han coproducido el Jeu de Paume de París y el Museu d’Art Contemporani de Porto. Y se llama 'La casa fantasmal'. “Porque todo es una reflexión sobre el concepto de hogar, familia y bandera en relación con el propio cuerpo”. La recupero, y me lleva a ver la segunda serie, dedicada a los orfanatos de Polonia.
Bien, tercera sala. “Esto es un cementerio palestino –me explica, delante de la primera imagen–. Lo que ves aquí, en primer término, son las tumbas de los mártires, todas en fila, siempre bien cuidadas. Por mas que pasen los años, siguen teniendo las flores frescas”. Me traduce una de las inscripciones: “su muerte fue su dote”, dice la lápida. “Para Israel, todos somos árabes –continua–. Sólo cuando alguien se autoinmola lo reconocen como palestino. Es como Jesús, que debía entregar la sangre a los apóstoles para que lo identificaran como Mesías”. Entiendo que aquí el concepto casa equivale a patria.
El material impacta: los carteles en homenaje a los que se sacrificaron por el país, los campos de refugiados de Nablus y los terrenos cedidos por Israel a los que se han pasado a su bando. Y todavía hay una última serie. Esta vez le toca recibir a Francia. “Resulta que para luchar contra Alemania Charles de Gaulle se valió del ejército de Algeria y de la mano de obra que traían de Indochina para fabricar armas –me alecciona–. Iban en contra de los nazis y la Solución Final pero no abandonaban sus privilegios coloniales”. Escura las últimas gotas de té, me sonríe y con esta última reivindicación da la conversación por acabada. “Adiós”.
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